viernes, 27 de enero de 2012

Basura


Lo hicimos frente a sus ojos. Nadie sospechó nada.
La estrategia fue simple, tras unos mínimos estudios de carácter social es fácil reparar en lo siguiente: a nadie le importan los pobres. Que junten porquerías, que duerman en plazas, pero que no jodan.
Y eso hicimos. Fueron años de recolectar cartón, metales menores, desperdicios. ¿Nunca se preguntaron para qué querríamos un sofá totalmente carcomido, duro como pija de preso? ¿O qué uso le podemos dar a un Winco totalmente destruido? Sin embargo los recolectamos.
Y aquí estamos. Resultó que aquel vago callejero, había sido diseñador y CEO de la empresa más grande de tecnología del país. Pero perdió a su familia y enloqueció, se fue a vivir a Parque Lezama.
Así que aquí estamos, un ejército de lo que ustedes llaman cirujas, con un robot de doscientos metros de alto armado con sus propios desperdicios.
Listos para tomar la ciudad.

viernes, 20 de enero de 2012

El humor en la picota

La polémica por la tira del dibujante Gustavo Sala que publicó el suplemento NO de Página 12 pone sobre el paño una cuestión que nos obliga a discutir sus fronteras permanentemente. ¿Cuál es el límite del humor? ¿Dónde está esa línea que separa la broma de la ofensa?
El dibujo es este:


El humor es en general un factor social, un determinado estímulo provoca risa o no depende el contexto en el cual se desarrolla. También puede provocarnos risa la sorpresa, cuando vemos que alguien se cae de culo en la calle nos reímos y no porque seamos una mierda de persona, sino porque dentro de un contexto eso rompe el molde generando una respuesta: una risa. Esto está estudiado, personas que dedican su vida a estudiar el comportamiento humano han alcanzado estas conclusiones.

Lo que sigue es mi opinión particular, si bien voy a hablar con absolutismo -puesto que es ridículo decir “yo creo” cada diez palabras- es tan sólo mi parecer.

Las fronteras del humor deben adecuarse no a hechos, sino a contextos y al receptor de la broma. El chiste de Sala no aplica por lo segundo en este caso, es demasiado duro para publicarlo en suplemento de uno de los diarios grandes del país, el mismo chiste es una hijaputez si lo hubiese hecho en Varsovia en 1946 (si bien no existían tanto Sala como Guetta) y es un chistazo en un blog al que acude gente buscando ese tipo de humor.
Al volverse viral, la broma cayó en manos de mucha gente que no conoce a Sala y no está al tanto del tipo de humor que maneja, del estilo que tiene la tira  Bife Angosto. A mi me gusta mucho Sala, como me gustan Montt y Liniers, cada uno es muy bueno en lo suyo.
También cayó en manos de gente que no sabe reírse, que gusta de escandalizarse ante cualquier cosa que pudiese ofender a un sector de la sociedad.
El primer argumento que esgrime este sector es “te reís porque no te ataca a vos” y rebato con esta anécdota: Hace tres años me clavé una jeringa en un colectivo llegando a Villa Soldati, donde vivía hasta hace un tiempo. Tuvieron que darme AZT preventivo por un mes, someterme a controles semestrales contra el HIV, cuidarme con mi pareja con la cual llevaba dos años de relación e incluso reducir mi horario de trabajo porque el AZT tiene efectos fuertísimos. Pasé seis meses hecho un zombie. Y yo era el primero en hacer chistes sobre eso. En el caso de que hubiese sucedido lo peor, no lo iba a solucionar con un gesto sobrio. Me reí y me hizo bien. Finalmente todos mis análisis dieron negativo y mis amigos aún recuerdan esa partida de truco, en la que grité “déjenme ganar, que soy sidoso”.
La cultura mutó con el Internet y no ha lugar para la censura a este tipo de cosas. Sólo hay que saber ubicarlas en un lugar donde no joda al susceptible. Lo mismo pasa en Twitter, los sensibles no deberían seguir a cuentas que tienen como costumbre joder con temas delicados. Yo los sigo y me divierto. La mayor ironía del hombre es quejarse cuando tenemos la posibilidad de elegir ver otra cosa.
Están a un click, un cambio de canal o de página de distancia de elegir lo que les plazca consumir.
Aprovechen.


Les dejo otras tiras de Sala, a ver si lo perdonan:






sábado, 14 de enero de 2012

De los escritores

Respecto de la cuestión de autodenominarse escritor, no sé cuándo se empieza. Al decir que soy escritor, considero que me expongo al riesgo de quedar como un pedante, y no hay nada más lejano a mi intención. Sin embargo, decir que me gusta escribir no le hace justicia a la cosa. Queda corto. Decí ‘me gusta escribir’ si llevás un diario íntimo.
¿Qué decís entonces? ¿Escribo? No porque, si nos ajustamos al idioma, estás más bien asegurando que no sos analfabeto. ¿Cómo le explicás a la gente que te vibra todo cuando apoyás la birome en el papel o cuando el palito intermitente del Word te dice -en código Morse- que vacíes tu cabeza en el blanco infinito?
¿Qué hacen ustedes, hermanos en esta actividad, cuando les toca explicarlo?
Pero volvamos a lo del escritor y la pedantería. Esto es relativo en función al contexto, porque pareceremos pedantes si lo decimos en determinados ámbitos; vos te das cuenta cuándo conviene decirlo y cuándo tu interlocutor va a pensar que sos un pelotudo. Porque hoy, señoras y señores, el vivo es el jugador de fútbol gatero que no te pronuncia una ese ni aunque en ello se jugase su vida eterna. El pobre diablo que saca un libro con todo su esfuerzo, como hizo un servidor, es un pelotudo que “se hace” el escritor. Lo he escuchado, se los juro, “te hacés el que escribís”. Porque para ellos la calidad de la pluma se mide en ventas. Eso me hace peor escritor que, por caso, Belén Francese, quien tuvo más ventas que yo con su libro de rimas, en el que por cierto sale en tapa con el tremendo ojete que porta apuntando hacia el Norte.
Ahora, ¿qué sucede cuando ese interlocutor te cree que sos escritor y lo ve con buenos ojos? Ahí debemos demostrar que escribir no nos impide ser personas normales. Debemos luchar contra aquellos que no te invitan a jugar al fútbol porque piensan que sos un topo gordo y ciego que no puede patear una vaca en un baño. O esos que miran a tu novia con algo de conmiseración porque piensan que está condenada a un sexo penoso. El silogismo es el siguiente: un tipo que está en la cultura no es capaz de echarse un buen polvo, uno violento, sucio, con puteadas. Uno de esos polvos que te dejan las piernas temblando. Su argumento: ¿Vos te imaginás a Borges cogiendo bien? Yo tampoco.
Ahora hablemos de los elitistas: ese sector que lee de Tolstói para arriba. Ellos pretenden que en tu blog cuotifiques el Ulises de Joyce, para justificar la visita. ¿Qué escribís, tipo Kundera? preguntan. No, escribo tipo la concha de tu hermana y te agradezco por ponerme una vara tan baja. Los elitistas no te perdonan el no haber leído algún autor que ellos consideran una divinidad. ¿Cómo no leíste a Paul Auster?  No lo leí, yo que sé, discúlpame si eso afecta a tu snobismo. Leí la Condorito, capo. Eso leí, está re buena. Estos fascistas de la cultura pretenden volverla hermética, inaccesible, no conciben la posibilidad de compartir la literatura con la chusma.
La cultura esta viva amigos y, como toda cosa viva, muta y se expande hacia lugares imprevisibles. Está en los grandes tomos llenos de polvo -escritos en español antiguo- está en los libros clásicos que sabían llegar en castellano de traducción, está en los escritores modernos, está en Capote y en Casciari, en Roger Waters y en Zambayonny, Está en "Las Flores del mal" de Baudelaire y en mi humilde "Fibre de encierro", está en ustedes, en esas cosas que escriben y que tanto me gusta leer.
En el transcurso de estas líneas me quité la vergüenza de llamarme escritor. Ustedes y yo estamos escribiendo - al menos- una ínfima parte de la cultura argentina, apenas una didascalia en una obra de teatro enorme e imponente.
Pero estamos.
Y esta es mi manera de decirles gracias.

miércoles, 4 de enero de 2012

Culposo



Hay una suerte de sufijo en las figuras delictivas que quisiera traer a colación. Es considerado “Culposo” el delito cometido por negligencia u omisión. Ejemplo: estás limpiando el viejo Colt de papá, vos sabés que está cargado pero no tenés ganas de sacarle las balas. Entonces, lo estás limpiando y, sin querer, accionás el gatillo y le pegás un corchazo en la frente a tu abuela que estaba sentada en el sillón mirando una novela de Thalía. Homicidio culposo.
Ejemplo dos: Vos sabés que los frenos de tu auto no funcionan, sin embargo no vas al mecánico, más bien salís a pasear y, para más, pisás el acelerador como si en ello te fuera la vida. Mal. En una esquina te llevás puestos a dos testigos de Jehová que vuelan como con Angry Birds, con Biblias y todo.
Culposo. Vos sabías, pero omitiste.
Me interesa particularmente este matiz legal puesto que, como médico, es innegable que estaba al tanto de que el medicamento que mi mujer iba a ingerir tiene, en su composición química, Penicilina. Como tampoco me sería posible negar que tengo conocimiento de su condición de alérgica a la Penicilina. Menos aún, me sería creíble esgrimir la teoría de que no sé como contrarrestar los efectos que le estaban arrancando la vida, una vez hubo tomado la píldora. Es cierto, yo sabía como frenar ese puño invisible que le apretaba la garganta, impidiéndole respirar.
Sin embargo no me moví, no. Porque tenía también conocimiento de la existencia de ese fulanito que se estaba encamando con mi mujer. He encontrado recientemente algunos mensajes de texto en la Bandeja de Entrada de su celular que bien podrían ser condicionados para mayores de 40 años.
Aunque el tipo también le dice cosas lindas, hay que admitir que el míster tiene el don de la palabra. De hecho me recuerda las cosas que yo mismo le decía, mucho tiempo ha.  Quizás a ella también le recuerde a mí, y sea ese el motivo del romance. O quizás eso es lo que a mí me gustaría creer.
Como sea, las cosas que él le dice –las sexuales y no tanto- me hicieron recordar cómo era ella hace veinte años. La primera vez que la vi, jamás sospeche que sería capaz de dejarla morir entre mis brazos. Porque lo que me está pasando a mí no me sorprende: la primera vez que la vi, con aquellos labios tan finos, y su corte estilo Cleopatra supe que sería capaz de matar por ella.
Sí, de mi no me sorprende. Yo ya sabía.