miércoles, 18 de julio de 2012

Viejos compañeros



¿Te acordás ese tiempo en que eras? ¿Cómo cuando eras qué? Cuando eras, boludo. No sé qué. Simplemente eras. Sí querido, hacé memoria, retocedé un poco. Antes de que tu laburo y tu vida actual te coman de un bocado. Le duraste lo que un sanguchito de salame, a la vida. Ah, cierto, los sanguchitos de salame son un asco para vos, ahora. Sería más acorde con tu realidad decir que le duraste menos que una galletita con caviar iraní.
Antes, mucho antes de que te den la Dirección del diario -y digo diario porque no quiero decir pasquín inmundo- cuando empezamos los dos con esto de escribir. ¿Te acordás? No, qué te vas a acordar. Es una pena porque tenés talento, tenés un talento de la puta madre. Pero mordiste la banquina y hoy usás ese talento para convencer a los tibios de que tal o cual político sería un gran presidente. Tal o cual, el que pague mejor.
Podrás argumentar que mire dónde estoy yo y quizás tendrías razón. Sigo en Almagro, en un dos ambientes, laburo todo el día, me compré una computadora y estoy dale que te dale con lo del libro. ¿Te conté lo del libro no? No, no te conté, si ya no hablamos. Estoy escribiendo una biografía. Sí Hugo, una biografía tuya. En el libro trazo una pormenorización de tu ascenso al poder, de los complots políticos que te llevaron a dirigir el diario más importante de Argentina. Cosas que nadie sabe, sólo yo que te conozco desde hace tanto. ¿Si tengo miedo? No, me imagino que no vas a mandar a amasijar a un viejo compañero, a uno de los tuyos, un colega. Además quedate tranquilo, que te dejo bien parado. Voy a decir que tenés un talento increíble, uno de puta madre. 

martes, 17 de julio de 2012

Afuera


Verlo desde afuera.  Esa, podría decirse, es la situación que ha sido predominante en mi vida.
Comenzó temprano, séptimo grado, mis compañeros cantaban “Egresados, carajo” y yo, calladito en un rincón, lo veía desde afuera. Y así fue con casi todo. Hoy advierto, en mi vida, ese patrón.
Veo una ronda de cuarentones pelotudos que cantan a los gritos “Somos los piratas” en un casamiento, usan corbatas como vincha. Yo miro, el gesto adusto, jamás formaré parte.
 Veo manifestaciones de pibes que marchan para salvar de la extinción a una clase de Oso polar asmático y gangoso que habita en los bosques de Islandia. Yo observo, la iniciativa me parece tan noble como estéril. Como sea, no participo.
Observo cómo los fanáticos de tal cuestión o artista se congregan para hablar de ello. Hoy en día existe hasta club de fans de la tararira asada. A mí nunca me ha surgido la necesidad de juntarme con aquellos que gustan de lo mismo que yo.
Observo familias que se juntan con cualquier excusa,  círculos de lectores, clases de salsa, fanáticos de los autos que se juntan a comparar sus Rastrojeros del '79, que mirá como brilla ése, que el volante del mío es de cuero de chota de dromedario y eso.  No sé. No entiendo. El problema debo ser yo o estas ganas de escribir, que es una actividad tan solitaria, casi de ermitaño, mirá lo que te digo.
O, por ahí, creo que leernos es estar juntos. Que se trata una conexión mucho más profunda que firmarte el muro en Facebook o intercambiar fotos de Luis Miguel. No sé. Si alguien sabe cómo es, me avisa. Grítenme, con fuerza, que estoy afuera.