jueves, 28 de julio de 2011

El instinto

El agua lo había cubierto todo, la gente moría de a miles. En el cielo se movían los helicópteros, como enormes peces que cortaban el azul celeste. De un momento a otro soltarían la comida recolectada por diversos organismos de caridad. Aquella causa justificaba el revuelo de abajo, donde la gente se desesperaba por tomar un lugar de privilegio, algunos llevaban armas que no dudarían en usar. El hambre los volvía bestias. Entonces la comida cae y abajo impera la ley del más fuerte, se pisan niños, hay disparos, mana sangre. Muere gente.
Cierro los ojos y aquellas imágenes de la tragedia centroamericana vuelven a mí con sorprendente nitidez. Afortunado yo, que las observé desde lejos; allí donde lo más dañino para mi persona es el reflejo de las luces de tungsteno de mi televisor.
El hombre cuando se ve escaso de algo importante se vuelve instintivo, visceral. Estoy convencido de que ninguno de los presentes en aquella tragedia hubiese realizado una monstruosidad como aquella en circunstancias normales. Pero el hambre enajena y transforma, acaso por cuidar a los suyos, acaso para asegurar la propia supervivencia, el ser humano elimina la moral del juego y ejecuta.
Mi trabajo me expone a situaciones de escasez. No tan extremas desde ya,  pero sirven como medida para continuar el ejemplo anterior. En mi trabajo lo que escasea es la salud. La gente viene a buscar una panacea, no entiende la medicina como ciencia sino que viene exigiendo soluciones mágicas. Yo los recibo administrativamente y, a la vez, los estudio. Así, he descubierto actitudes que no puedo concebir: como en Centroamérica los pacientes batallan por una posición de privilegio, más no sea un turno por delante del que espera junto a ellos. Ante la menor dilación atacan a la yugular y no son criteriosos a la hora de discriminar de acuerdo a la urgencia. Lo que les pasa a ellos es siempre lo más importante y da igual si esgrimen una fiebre contra un infarto. Te gritan retruco con tesón.
Considero que esto mismo hace metástasis en casi todos los órdenes sociales. El individualismo es el flagelo más grande de nuestra historia, con el Capitalismo como fiel ladero todo termina convirtiéndose en una lucha por llevar agua hacia nuestro molino. Nos volvimos una comunidad de mierda. Nos hemos olvidado de algo básico: una sociedad se construye con socios.