miércoles, 18 de julio de 2012

Viejos compañeros



¿Te acordás ese tiempo en que eras? ¿Cómo cuando eras qué? Cuando eras, boludo. No sé qué. Simplemente eras. Sí querido, hacé memoria, retocedé un poco. Antes de que tu laburo y tu vida actual te coman de un bocado. Le duraste lo que un sanguchito de salame, a la vida. Ah, cierto, los sanguchitos de salame son un asco para vos, ahora. Sería más acorde con tu realidad decir que le duraste menos que una galletita con caviar iraní.
Antes, mucho antes de que te den la Dirección del diario -y digo diario porque no quiero decir pasquín inmundo- cuando empezamos los dos con esto de escribir. ¿Te acordás? No, qué te vas a acordar. Es una pena porque tenés talento, tenés un talento de la puta madre. Pero mordiste la banquina y hoy usás ese talento para convencer a los tibios de que tal o cual político sería un gran presidente. Tal o cual, el que pague mejor.
Podrás argumentar que mire dónde estoy yo y quizás tendrías razón. Sigo en Almagro, en un dos ambientes, laburo todo el día, me compré una computadora y estoy dale que te dale con lo del libro. ¿Te conté lo del libro no? No, no te conté, si ya no hablamos. Estoy escribiendo una biografía. Sí Hugo, una biografía tuya. En el libro trazo una pormenorización de tu ascenso al poder, de los complots políticos que te llevaron a dirigir el diario más importante de Argentina. Cosas que nadie sabe, sólo yo que te conozco desde hace tanto. ¿Si tengo miedo? No, me imagino que no vas a mandar a amasijar a un viejo compañero, a uno de los tuyos, un colega. Además quedate tranquilo, que te dejo bien parado. Voy a decir que tenés un talento increíble, uno de puta madre. 

martes, 17 de julio de 2012

Afuera


Verlo desde afuera.  Esa, podría decirse, es la situación que ha sido predominante en mi vida.
Comenzó temprano, séptimo grado, mis compañeros cantaban “Egresados, carajo” y yo, calladito en un rincón, lo veía desde afuera. Y así fue con casi todo. Hoy advierto, en mi vida, ese patrón.
Veo una ronda de cuarentones pelotudos que cantan a los gritos “Somos los piratas” en un casamiento, usan corbatas como vincha. Yo miro, el gesto adusto, jamás formaré parte.
 Veo manifestaciones de pibes que marchan para salvar de la extinción a una clase de Oso polar asmático y gangoso que habita en los bosques de Islandia. Yo observo, la iniciativa me parece tan noble como estéril. Como sea, no participo.
Observo cómo los fanáticos de tal cuestión o artista se congregan para hablar de ello. Hoy en día existe hasta club de fans de la tararira asada. A mí nunca me ha surgido la necesidad de juntarme con aquellos que gustan de lo mismo que yo.
Observo familias que se juntan con cualquier excusa,  círculos de lectores, clases de salsa, fanáticos de los autos que se juntan a comparar sus Rastrojeros del '79, que mirá como brilla ése, que el volante del mío es de cuero de chota de dromedario y eso.  No sé. No entiendo. El problema debo ser yo o estas ganas de escribir, que es una actividad tan solitaria, casi de ermitaño, mirá lo que te digo.
O, por ahí, creo que leernos es estar juntos. Que se trata una conexión mucho más profunda que firmarte el muro en Facebook o intercambiar fotos de Luis Miguel. No sé. Si alguien sabe cómo es, me avisa. Grítenme, con fuerza, que estoy afuera.

domingo, 17 de junio de 2012

Opositores del teclado


Las redes sociales se han vuelto un apéndice de las relaciones interpersonales, un apéndice más bien parecido al vermicular, porque si por algún motivo nos extirparan Facebook o Twitter no sufriríamos mayor cambio.
Sin embargo, allí están y las usamos continuamente. Las usamos para conectar con amigos, para informarnos, para expresar nuestros gustos con la vehemencia de aquel que está seguro de que se trata de un asunto interesantísimo. Las usamos también, y en creciente tendencia, para quejarnos.
Antes de proseguir quiero aclarar que no soy kirchnerista, ningún sector de la política ha logrado encerrarme en un puño y, probablemente, esto nunca suceda. Un poco por ignorancia, otro por desinterés. No sé, el asunto es que no soy kirchnerista aunque el sector opositor esté haciendo lo imposible por modificar ese enunciado.
Hago esta aclaración porque el gatillo de estas líneas es la gente que utiliza Facebook para dar curso a imágenes que critican al Gobierno. Imágenes editadas de manera básica, imágenes totalmente descontextualizadas, desinformativas y que, muchas veces, no tienen absolutamente nada que ver con la República Argentina.
Hace algunos días ví una foto con la leyenda “Así están las góndolas gracias a Cristina” La imagen mostraba un supermercado, efectivamente vacío, pero en Japón. Es casi gracioso, pero no. Lo más triste del asunto es que había sido compartida más de 1300 veces. Imagínense lo viral que se puede volver esa desinformación. Temo.
Hay otra foto que critica el precio de las carteras que usa la Presidente, como si las pagase. Como si a Louis Vuitton, o la marca que fuese, no le sirviese la exposición de su producto y le fuera a cobrar a un Presidente de la Nación. Un argumento sorprendentemente endeble. Otra de estas imágenes de protesta, muestra a un niño con cáncer y critica el uso del avión presidencial para favorecer la atención médica del hijo de Cristina Fernández bajo la comparativa “los niños con cáncer siguen juntando tapitas”. Como si las dos situaciones se pudieran contrastar.
Y eso que el sector opositor podría agarrase de Moreno, de Boudou, de la inflación, de Luis Beder Herrera y su relación con Menem o de muchos otros puntos, cuando menos, polémicos de la actual gestión. Pero no, vayamos a la foto japonesa y al nene con cáncer que pegan más.
Pero acaso el aspecto más condenable de todos es la plataforma utilizada, porque este sector no se constituye como pueblo, no sale a la calle a protestar (y hablo de una protesta seria y con argumentos, no de cincuenta vecinos con ganas de comprar dólares). Prefieren más bien ser opositores del teclado, viejas vinagre con berretines de community manager cuyo único objetivo es sumar confusión a aquellos que andan flojos en su capacidad de discernimiento.
Vaya mi respeto para los opositores armados con palabras, como Martín Caparrós, cuyo punto de vista político no comparto pero considero muy rico para el debate, que debería ser la oportunidad más maravillosa que provee la democracia.
Y aquí llegamos al final de la cuestión, al ancho de espadas. Porque a este Gobierno lo ha elegido el pueblo de manera democrática, la mayoría de los argentinos lo ha colocado donde está. Y eso, en este país, debería ser, per se, motivo de festejo.




miércoles, 6 de junio de 2012

Final

Lo nuestro no va más, Susana. Últimamente, lo único que hacés es encontrar defectos en mi persona que, por otra parte, no existen. Los inventás vos, Susana. Y respecto a eso que dijiste, que me gusta dejar las cosas inconclusas,

viernes, 1 de junio de 2012

Abducción


La abducción fue de noche. Eso es probablemente lo único en lo que la ciencia ficción acierta. Porque me abdujeron mientras dormía. El resto es totalmente distinto, no existen las naves espaciales ni los trajes futuristas. Los seres que me tomaron prisionero no se parecen a nada que haya visto en las películas. Son más bien luminosos, como si estuvieran hechos de pequeños destellos y no se comunican emitiendo sonidos, te hablan y los escuchás en tu cabeza. Pero con tu propia voz. Es raro, si no lo viviste.
Me desperté en el galpón de mi casa, rodeado por tres de estos seres. No voy a describirles mi etapa de sorpresa ni mis humillantes intentos de escape. No suman a la historia  en absoluto.
Tampoco me hicieron una autopsia, para decepción de los morbosos. Simplemente me comunicaron que iban a realizar un estudio de la sociedad mediante mi registro mental consciente e inconsciente. Asimismo lo harían con diversos habitantes del mundo, de diferentes zonas y diversos estratos socio-culturales.
Intenté preguntarles quiénes eran y de dónde venían. Me hicieron saber que se trataba de una sociedad superdesarrollada, que en principio estaba considerando nuestro planeta para establecer una alianza. En principio, dijo, porque enseguida habían descubierto la naturaleza egoísta, violenta y competitiva del humano y ahora estaban más bien aterrados. Sobre todo les asustaba el concepto de “poder” y su fuerte relación con la capacidad económica. Me dijo que en la sociedad que ellos habitaban lo más parecido que había al poder era la virtud para contribuir con el resto de los habitantes.
Por último me contó que en su vocabulario no existían equivalentes para palabras como “ganar” y “perder” porque habían erradicado la competencia. Todo era equilibrado y perfecto. Lo último que escuché fue que se quedaron porque les dimos pena y que estaban buscando la mejor manera de educarnos.
Sonreí y les dije que ellos me daban pena.
Sin atisbo de enojo, con sincera curiosidad me pidió que le explique el por qué.
- Porque jamás en tu puta vida gritaste un gol, amargo.
Entonces las luces se desvanecieron, la noche volvió a quedar presa de un silencio de muerte y descubrí que había recuperado mi capacidad motriz, salí del galpón aún confundido y crucé el jardín en dirección a mi casa. En el camino, sobre la hierba, estaba la pelota de mi hijo. Me perfilé y le metí un zurdazo exacto que, tras un ruido sordo, hizo que el cuero se perdiera por encima de la casa del vecino. No sé dónde habrá ido a parar. Lo único seguro es que la clavé en el ángulo.

jueves, 3 de mayo de 2012

Al calor del final



La heterogénea pila de objetos se tambaleaba endeble y hacía pensar en un castillo hecho con arena seca. Incontenibles, los restos de un amor (una colección de cartas, paquetes de primorosos moños, fotografías y hasta un perro de peluche abrazando un corazón) se alzaban en una pirámide frente al rostro contraído en llanto del muchacho. Durante algún tiempo supieron esos objetos descansar en una caja cerrada; se necesitaba valentía y cierta inmunidad para volver a sacarlos, mas no sea con el objeto de su destrucción.El fuego destruye, limpia, purifica; sienta un precedente para un potencial renacimiento. Su paso es siempre determinante, arrasador; su naturaleza toma y transforma, mutaría en grises mariposas las dulces palabras expresadas en papel. El fuego destruye y Esteban- el joven en cuestión- lo sabía perfectamente. Si fuese este escrito de una eficacia extraordinaria sirviendo, como debe ser, de ventana a lo narrado, el lector que extendiera por ella su mirada vería a un hombre de unos veintitantos años transcurriendo el quincuagésimo tercer día desde que se separase de su novia. «Es que ya no te amo» revivió aquellas gélidas palabras que fueron disparadas sin maldad, casi con miedo, en un susurro apenas perceptible y desgarrador. Fue su cabeza, durante algunos días, como uno de aquellos adornos que encierran un paisaje sobre el cual, al agitar al objeto, se precipitan unos pequeños copos, simulando una nevada. Sus pensamientos luego de recibir aquel terrible sacudón, se confundían en una borrasca lechosa y no conseguían tomar un rumbo definido. Pero la nieve decanta al igual que en el adorno, es ahí cuando la realidad empieza a tener rostro de paisaje. Hoy la suya era una distopía enfermiza.Dicen que al morir instantáneas de nuestra vida desfilan frente a nuestros ojos como una película, un souvenir cinematográfico; en este caso al morir el lazo con ella, imágenes de sus días juntos, se sucedían con impresionante apremio y no una sino mil veces, penetrando la carne iban hacia él las esquirlas de su amor: sus ojos arábigos fulgiendo previo a un  estallido de ruptura, quebrando un siseo de cama; su voz monocorde casi de niña; días en technicolor en alguna playa respirando vida y salitre; el tacto de sus manos, “es que ya no te amo”. – ¡Basta! Por favor...- Rogó el muchacho, el pecho tensado como la cuerda de un arco se sacudía de cuando en cuando en espasmos involuntarios. Una lágrima burló la curva de sus labios –aún debían conservar algo de ese último beso- dejándole un rumor salado escociente.Esteban se puso de pie y encendió la llama del hogar, el círculo comenzaba a cerrarse, un conjunto de leñas como bastones mustios esperaban ser incinerados y atizados hace ya varios días. Hacía frío, había llovido; afuera las hojas se rendían al poder del viento en caprichosos remolinos y el astro mayor se hacía presente no en calor, sino en un pálido brillo que se colaba a través de la naturaleza diáfana del ventanal. Dentro, las leñas del hogar ganaban un paulatino tono anaranjado que parecía robado de un perfecto atardecer de postal; unas pequeñas chispas centellearon nerviosas, como estrellas de paso. El Averno, el último cajón de la memoria, estaba casi listo.Y entonces lo hizo, en un prensil y definitivo abrazo a los recuerdos, en una metafórica destrucción de lo que jamás podría olvidar, el muchacho arrojó la pila de objetos a su crepitante fin. Tomó posición frente a las llamas que, siempre hambrientas, comenzaban a lamer con deleite la ofrenda de aquel Nerón moderno, que ahora observaba como un “te amo” de elaborada caligrafía serpenteaba ennegreciéndose y perdiéndose de vista para siempre. Esteban escondió la cara entre sus temblorosas manos y dejó que la vida se le escurriera por los ojos, mientras un humo negro como un aura mortífera ascendía fruto de la combustión, acercándose. Un grito, un aullido doloroso, chocó contra una barrera de dientes apretados provocando una vibración en el raigón de cada pieza. Una infernal mordaza de marfil para un dolor harto incisivo; una delgada  voluta de humo, un punzón intangible, cada vez más cerca.La última imagen del chico fue el rostro de aquel Sol de su vida, alcanzó a recordarla sonriente, como al principio – respirá de mí- alcanzó a experimentar esa sensación de adormidera al sentir sus caricias – tranquilo, respirá de mí - alcanzó a decirle adiós antes de que el humo lo tocara – respirá...respirá de mí- luego, sencillamente, el noble y herido corazón cesó en su latir.

¿Y quién fue el que dijo que de amor no se muere?Quisiera que lo traigan frente a mis ojos, me duraría segundos.De amor se muere, ciertamente. Por amor se nace – o al menos muchas veces es así,  de amor se nutre nuestra esencia más profunda, con amor se construye, de amor se vive y, claro está, de amor se muere.Esteban pereció por amor; para quien le interese saber, fue encontrado horas después, sin vida, desarticulado frente al calor del hogar en la sala de su casa. Hubo un revuelo importante, cuando lograron tranquilizar a su madre, la mujer dijo estar convencida de que su chico se había quitado la vida en un arrebato de tristeza, sumido como estaba en una abismal depresión desde que se había separado de su novia.Pero posteriores estudios revelaron que no hubo suicidio alguno y la causa de su muerte sigue siendo un misterio que se desliza como una sombra, casi en secreto, de boca en boca entre los habitantes de esta ciudad. Un misterio irresoluto; excepto para nosotros, los que no subestimamos el amor real. Aquellos que nos movemos con cuidado, sabiendo que el corazón es tan fuerte como para elevarnos a niveles mas allá de nuestra cognición pero, paradójicamente, es tan sensible que puede no soportar la falta de amor y decidir estallar en una lluvia de cristales homicidas.

miércoles, 18 de abril de 2012

¿Querés ganarte Fiebre de Encierro? acá te cuento como hacerlo


Tras un largo silencio –forzado, por exceso de trabajo- vuelvo a aparecer. Un lindo motivo me impulsa a hacerlo ya que Anahí Flores, generalmente conocida como La Lectora, sortea a través de su blog “La Lectora en la Ciudad” un ejemplar de mi primer libro Fiebre de Encierro. La forma de participar es ingresar a este post http://lalectoraenlaciudad.blogspot.com.ar/2012/04/la-lectora-con-amigos-lectores-y-con.html y dejar un comentario.
Además, los invito a seguir el espacio de Anahí, un lindo lugar para juntarnos nosotros, los que sacamos un libro cuando la vida cotidiana se descuida un minutito y nos regala un rato libre.

lunes, 27 de febrero de 2012

¿Qué me pongo?



Una vez más, no sabía qué ponerme. Esa duda oligofrénica, ese interrogante pelotudo que confirmaba mi condición de minita, característica que mi afición por el fútbol y los videojuegos se habían encargado de poner en tela de juicio.
Esta vez la indecisión era meritoria, se trataba de una ocasión especial: tras siete meses de noviazgo, Fernando venía a comer a casa. No eran las habilidades culinarias de mamá lo que me preocupaba, sino lo molesto que se ponía mi papá. Mi viejo era bueno, pero las dos veces que llevé un novio a casa se encargó de agotarlo con preguntas pelotudas. Incluso a mi noviecito de primaria, le preguntó cuáles eran sus planes conmigo. El pobre pibe no sabía que decir, era un nene, ¿qué planes iba a tener? tocarme una teta como mucho, no sé.
Pero con Fernando era distinto. Por primera vez en mis veinticinco años estaba enamorada. Muy. Fernando era un adonis, la verdad es que no entendía por qué se había fijado en mí, además era súper educado, atento y se mostraba interesado por todos los aspectos de mi vida, incluso los más nimios. Trabajaba en no sé cual subsecretaría del Estado y tenía un futuro prometedor. Mi familia era nómade, nunca vivíamos mucho más de dos años en el mismo lugar y mi intención era quedarme en Buenos Aires con Fernando la próxima vez que mi familia se mudara.
Aquel día bajé temprano y hablé con mamá, le pedí que por favor moderase la pelotudez de mi padre.
- Si ves que empieza a preguntarle si quiere tener varones, cambiale de tema, traé el postre. No sé, hacé algo -le dije.
- Quedate tranquila- me dijo. Pero pedía mucho.

Fernando llegó temprano, enseguida supe que el vestidito que había elegido no era demasiado elegante y hasta combinaba con su traje. No quiso sacarse el saco, eso me hizo pensar que para él también la ocasión era importante y que quería dar una gran impresión. Me sentí reconfortada.

La cena iba bien, papá hablaba poco. Tocaron temas de interés general y hablaron de fútbol, por suerte los dos varones simpatizaban por el mismo equipo y eso siempre genera alguna afinidad.
Entonces papá preguntó:
- ¿Estudiás Fernando?
- Sí, Julio -contestó, ya que así se llamaba mi padre- administración de empresas.
- ¿Y de qué pensás trabajar?
- No lo sé todavía.
Mi viejo cargó fuerte esta vez.
- ¿Te imaginarás que no voy a dejar mi hija en manos de un improvisado, no?
- No, por supuesto -dijo Fernando algo molesto.
Miré a mamá como pidiéndole auxilio, ella se levantó y dijo que iba a buscar el postre, pero papá continuó su interrogatorio, implacable:
- ¿Y ahora a qué te dedicás?
- ¿Y usted a qué se dedica Julio? - respondió Fernando, su gesto había cambiado notablemente. Yo deseaba que mamá se materialice de forma urgente con el helado.
- Yo soy agente de seguros, Fernando- dijo papá.
Y justo cuando mi madre volvió al comedor con el postre, Fernando exclamó aquellas palabras que iban a marcar un antes y un después en mi vida:
- A mi no me mienta, Julio.

Aparecieron tipos de todos lados, entraron por la ventana, bajaron desde el segundo piso. Mamá dejó caer el helado y yo busqué protección en los brazos de Fernando. Fue ahí que vi como mi novio extraía una pistola automática y la ponía en la frente de mi padre.
- Julio “Barracuda” Guzmán - dijo Fernando - Llevamos años siguiéndote, hijo de puta.
Justo en ese momento un agente pelado me tomó desde atrás y me llevó a la cocina. Allí me explicó que mi padre era uno de los representante más importante de un cartel colombiano de droga y no sé cuántas cosas más, yo estaba pensando que me había vestido demasiado elegante para cenar un arresto y digerir una vida de mentiras.

lunes, 20 de febrero de 2012

Llegando

A Gsau


Estamos llegando. Mi espada está hastiada de sangre, la armadura se ha oxidado por la lluvia y el frío en el campo de batalla. Camino y soy inercia, es la voluntad que me ha ganado la carne y no sabría decir cuándo.
El césped es verde oscuro y parece infinito, la colina parece el abdomen de un gigante de terciopelo. Sobre nosotros, el cielo es un manto gris oscuro y parece tan cerca que en cualquier momento podría desprenderse y cubrirnos para siempre.  
Mi ejército está cansado, los hombres – los que no han quedado dispersos en aquel campo sin Dioses – caminan conmigo. Vamos llegando. Nuestro estandarte se agita a merced del viento que silba violentamente, un hombre con armadura negra lo mantiene en alto. Lo miro y me dedica una sonrisa de victoria. La victoria ha de ser el alivio por antonomasia.
Nuestros caballos están flacos y nos igualan en agotamiento, ellos también marchan hacia el silencio de la paz.
Sobre el horizonte comienzan a dibujarse las siluetas de nuestra ciudad. Los hombres gritan, lloran al saberse en su tierra, se regocijan el olfato con el aroma de los suyos. Nuestro ejército es un puño apretado. Yo encabezo la procesión en silencio. Voy desprendiéndome de mi yelmo, lo dejo caer a la hierba con un ruido sordo. No voy a necesitarlo, no pienso volver a la guerra. El pelo se me ha pegado a la frente por el sudor, la barba me invadió el rostro. Los ojos han bebido la muerte.
Entramos a la ciudad y nos vitorean con furia, me trago las lágrimas. No somos héroes, el camino ha sido duro, hemos castigado nuestros dientes con el mendrugo del miedo. Pero aquí estamos y tenemos la vida, así que supongo que esto es ganar.
Entramos al castillo. Hemos llegado. Somos nosotros: los sobrevivientes, los heridos, los fieles. Te saludamos Reina, alabamos tu nombre en los dos o tres idiomas que conglomera nuestro ejército. Te entregamos nuestro servicio incondicional. Hemos venido a buscar tu bendición.
Al verte todo se vuelve silencio, me adelanto con solemnidad, no me atrevo a mirarte a los ojos. Apoyo una rodilla en el suelo. Me entrego a vos, aún tengo la soberbia de pensar que en algún momento pude elegir otra cosa.
Te doy mi vida. Ahora. Ayer. Siempre.

lunes, 6 de febrero de 2012

Mademoiselle París


Mademoiselle París, como le gustaba hacerse llamar, estaba desalineada; tanto como una puta vieja puede estarlo: la tintura de color amarillo chillón no lograba su cometido por completo y las raíces negras se podían adivinar como un aura oscura cubriendo aquel cráneo quizás demasiado ovalado. El rouge era de un rosa infantil y, si su uso se hubiese limitado a los labios, hasta podía ser considerado elegante; de todas maneras dichos labios no ocultaban una sonrisa primorosa, las piezas dentales erosionadas por el café, el tabaco y el alcohol que lograba escamotear eran como teclas desvencijadas. Apenas un trozo de tela ocre perlado cubría el centenar de kilos del cuerpo de la mujer, unas pequeñas lentejuelas centelleaban al ser heridas por la luz, el conjunto parecía un árbol de navidad grotesco, de mal gusto.
El casino de Tigre, al borde del río, era un buen lugar donde perder el dinero. Buen servicio, luces, ruido, prostitución a todos los niveles; una metrópolis mierdosa y corrupta que ofrecía un amplio abanico de personajes despreciables. Por aquellos salones se paseaban criminales, adictos, pobres tipos que iban a regalar las pocas monedas que no destinaban al alcohol; también había gente común, claro, aunque eran la minoría.
El gordo Luciani no entraba en dicha minoría: era un tipo de mierda. Con un pasado tan oscuro como las bolsas que colgaban por debajo de sus ojos, el gordo acudía cada martes de manera incondicional al lúdico establecimiento ataviado con su mejor corbata una cinta marrón que apestaba a naftalina- la de la suerte solía croar, casi tan efectiva como una pata de conejo.
Aquella noche se sentía bien, rejuvenecido; minutos atrás había apurado unas empanadas de carne picante con un vino barato. Los demonios del alcohol lo invadían hasta el punto ideal, el mundo era perfecto. Para más, sentía que la suerte estaría de su lado aquella noche. Se veía a sí mismo volviendo a casa con los bolsillos llenos. Así, caminaba contento en un permanente balanceo, tarareando su tema preferido: una canción jinglera de los 70.
Y este planeta es una casualidad fisicoquímica que se nutre de pequeñas casualidades. Allí estaba Mademoiselle París que, a pesar del jaleo aturdidor del ambiente, logra captar la melodía que el obeso hombrecillo paladeaba entre dientes. Un espasmo nervioso recorrió a la mujer Es él se dijo es ese hijo de puta. Un viaje mental retrotrajo a la mujer a poco más de tres décadas, a aquellos días de tortura y vejaciones, de humillación e infinitas invasiones genitales; esos días de eterno arrepentimiento de su militancia política.
El gordo Luciani era apenas el cochero y amo de llaves de aquel sector de El Campito el centro de detención clandestina que era común denominador de las pesadillas de aquellos que lograron salir. Apenas el cochero, pero también el más hijo de puta.
La mujer comenzó a temblar, aquello no podía ser real. Se acercó lenta, prudentemente hasta tener la posibilidad de cerciorarse. El ambiente se alternaba. La mujer está en el casino y de pronto la escena cambia: ahora se encuentra acostada en un sótano frío, un joven gordo Luciani le bufa en la nuca, las gotas de sudor del tipo le caen sobre la cara y van a mezclarse con la sangre que gotea de su propia nariz.
- No llorés pendeja, si sé que te gusta- dice riéndose Shh callate la boca porque te cago a palos, pendeja de mierda- le susurra al oído.
Ella piensa en la forma más dolorosa de matarlo y entonces su cabeza vuelve al presente, al casino de Tigre, al vestido perlado y a sus cinco décadas de edad. Entonces observa bien al hombre. Definitivamente es él, más viejo pero se le hace fácil reconocerlo: cuando se tiene a alguien tantas veces adentro, resulta imposible sacarlo después.
Ahora la casualidad entraba en juego otra vez, la nueve milímetros del policía con quien la mujer se había encamado horas atrás, latía ruidosamente contenida en el pequeño bolso de cuero blanco. Teneme el fierro gordita- le había pedido el cana, uno de sus clientes habituales Paso a la noche por el casino y me lo llevo ¿dale? Pasa que estos muchachos que voy a ver no pueden saber que soy poli. ¿Entendés?- y ella entendía, claro que entendía.
La reina recién caída sobre el verde paño, le daba algo de setecientos pesos al gordo en apenas la cuarta mano que jugaba, evidentemente era su día de suerte. Además, una mujer vieja aunque cojible- pensó,  se había acercado mirándolo sin disimulo y ahora le deslizaba un impúdico dedo por la espalda. Sintió la uña deslizarse cuesta abajo por la espina dorsal, y luego el caño frío apoyarse sobre la calva nuca. Alguien gritó y, antes de que el gordo pudiese entender, Mademoiselle París, como le gustaba hacerse llamar, tiró del gatillo y se liberó de mucho, mucho más de lo que la mayoría de las personas puede entender.

viernes, 27 de enero de 2012

Basura


Lo hicimos frente a sus ojos. Nadie sospechó nada.
La estrategia fue simple, tras unos mínimos estudios de carácter social es fácil reparar en lo siguiente: a nadie le importan los pobres. Que junten porquerías, que duerman en plazas, pero que no jodan.
Y eso hicimos. Fueron años de recolectar cartón, metales menores, desperdicios. ¿Nunca se preguntaron para qué querríamos un sofá totalmente carcomido, duro como pija de preso? ¿O qué uso le podemos dar a un Winco totalmente destruido? Sin embargo los recolectamos.
Y aquí estamos. Resultó que aquel vago callejero, había sido diseñador y CEO de la empresa más grande de tecnología del país. Pero perdió a su familia y enloqueció, se fue a vivir a Parque Lezama.
Así que aquí estamos, un ejército de lo que ustedes llaman cirujas, con un robot de doscientos metros de alto armado con sus propios desperdicios.
Listos para tomar la ciudad.

viernes, 20 de enero de 2012

El humor en la picota

La polémica por la tira del dibujante Gustavo Sala que publicó el suplemento NO de Página 12 pone sobre el paño una cuestión que nos obliga a discutir sus fronteras permanentemente. ¿Cuál es el límite del humor? ¿Dónde está esa línea que separa la broma de la ofensa?
El dibujo es este:


El humor es en general un factor social, un determinado estímulo provoca risa o no depende el contexto en el cual se desarrolla. También puede provocarnos risa la sorpresa, cuando vemos que alguien se cae de culo en la calle nos reímos y no porque seamos una mierda de persona, sino porque dentro de un contexto eso rompe el molde generando una respuesta: una risa. Esto está estudiado, personas que dedican su vida a estudiar el comportamiento humano han alcanzado estas conclusiones.

Lo que sigue es mi opinión particular, si bien voy a hablar con absolutismo -puesto que es ridículo decir “yo creo” cada diez palabras- es tan sólo mi parecer.

Las fronteras del humor deben adecuarse no a hechos, sino a contextos y al receptor de la broma. El chiste de Sala no aplica por lo segundo en este caso, es demasiado duro para publicarlo en suplemento de uno de los diarios grandes del país, el mismo chiste es una hijaputez si lo hubiese hecho en Varsovia en 1946 (si bien no existían tanto Sala como Guetta) y es un chistazo en un blog al que acude gente buscando ese tipo de humor.
Al volverse viral, la broma cayó en manos de mucha gente que no conoce a Sala y no está al tanto del tipo de humor que maneja, del estilo que tiene la tira  Bife Angosto. A mi me gusta mucho Sala, como me gustan Montt y Liniers, cada uno es muy bueno en lo suyo.
También cayó en manos de gente que no sabe reírse, que gusta de escandalizarse ante cualquier cosa que pudiese ofender a un sector de la sociedad.
El primer argumento que esgrime este sector es “te reís porque no te ataca a vos” y rebato con esta anécdota: Hace tres años me clavé una jeringa en un colectivo llegando a Villa Soldati, donde vivía hasta hace un tiempo. Tuvieron que darme AZT preventivo por un mes, someterme a controles semestrales contra el HIV, cuidarme con mi pareja con la cual llevaba dos años de relación e incluso reducir mi horario de trabajo porque el AZT tiene efectos fuertísimos. Pasé seis meses hecho un zombie. Y yo era el primero en hacer chistes sobre eso. En el caso de que hubiese sucedido lo peor, no lo iba a solucionar con un gesto sobrio. Me reí y me hizo bien. Finalmente todos mis análisis dieron negativo y mis amigos aún recuerdan esa partida de truco, en la que grité “déjenme ganar, que soy sidoso”.
La cultura mutó con el Internet y no ha lugar para la censura a este tipo de cosas. Sólo hay que saber ubicarlas en un lugar donde no joda al susceptible. Lo mismo pasa en Twitter, los sensibles no deberían seguir a cuentas que tienen como costumbre joder con temas delicados. Yo los sigo y me divierto. La mayor ironía del hombre es quejarse cuando tenemos la posibilidad de elegir ver otra cosa.
Están a un click, un cambio de canal o de página de distancia de elegir lo que les plazca consumir.
Aprovechen.


Les dejo otras tiras de Sala, a ver si lo perdonan:






sábado, 14 de enero de 2012

De los escritores

Respecto de la cuestión de autodenominarse escritor, no sé cuándo se empieza. Al decir que soy escritor, considero que me expongo al riesgo de quedar como un pedante, y no hay nada más lejano a mi intención. Sin embargo, decir que me gusta escribir no le hace justicia a la cosa. Queda corto. Decí ‘me gusta escribir’ si llevás un diario íntimo.
¿Qué decís entonces? ¿Escribo? No porque, si nos ajustamos al idioma, estás más bien asegurando que no sos analfabeto. ¿Cómo le explicás a la gente que te vibra todo cuando apoyás la birome en el papel o cuando el palito intermitente del Word te dice -en código Morse- que vacíes tu cabeza en el blanco infinito?
¿Qué hacen ustedes, hermanos en esta actividad, cuando les toca explicarlo?
Pero volvamos a lo del escritor y la pedantería. Esto es relativo en función al contexto, porque pareceremos pedantes si lo decimos en determinados ámbitos; vos te das cuenta cuándo conviene decirlo y cuándo tu interlocutor va a pensar que sos un pelotudo. Porque hoy, señoras y señores, el vivo es el jugador de fútbol gatero que no te pronuncia una ese ni aunque en ello se jugase su vida eterna. El pobre diablo que saca un libro con todo su esfuerzo, como hizo un servidor, es un pelotudo que “se hace” el escritor. Lo he escuchado, se los juro, “te hacés el que escribís”. Porque para ellos la calidad de la pluma se mide en ventas. Eso me hace peor escritor que, por caso, Belén Francese, quien tuvo más ventas que yo con su libro de rimas, en el que por cierto sale en tapa con el tremendo ojete que porta apuntando hacia el Norte.
Ahora, ¿qué sucede cuando ese interlocutor te cree que sos escritor y lo ve con buenos ojos? Ahí debemos demostrar que escribir no nos impide ser personas normales. Debemos luchar contra aquellos que no te invitan a jugar al fútbol porque piensan que sos un topo gordo y ciego que no puede patear una vaca en un baño. O esos que miran a tu novia con algo de conmiseración porque piensan que está condenada a un sexo penoso. El silogismo es el siguiente: un tipo que está en la cultura no es capaz de echarse un buen polvo, uno violento, sucio, con puteadas. Uno de esos polvos que te dejan las piernas temblando. Su argumento: ¿Vos te imaginás a Borges cogiendo bien? Yo tampoco.
Ahora hablemos de los elitistas: ese sector que lee de Tolstói para arriba. Ellos pretenden que en tu blog cuotifiques el Ulises de Joyce, para justificar la visita. ¿Qué escribís, tipo Kundera? preguntan. No, escribo tipo la concha de tu hermana y te agradezco por ponerme una vara tan baja. Los elitistas no te perdonan el no haber leído algún autor que ellos consideran una divinidad. ¿Cómo no leíste a Paul Auster?  No lo leí, yo que sé, discúlpame si eso afecta a tu snobismo. Leí la Condorito, capo. Eso leí, está re buena. Estos fascistas de la cultura pretenden volverla hermética, inaccesible, no conciben la posibilidad de compartir la literatura con la chusma.
La cultura esta viva amigos y, como toda cosa viva, muta y se expande hacia lugares imprevisibles. Está en los grandes tomos llenos de polvo -escritos en español antiguo- está en los libros clásicos que sabían llegar en castellano de traducción, está en los escritores modernos, está en Capote y en Casciari, en Roger Waters y en Zambayonny, Está en "Las Flores del mal" de Baudelaire y en mi humilde "Fibre de encierro", está en ustedes, en esas cosas que escriben y que tanto me gusta leer.
En el transcurso de estas líneas me quité la vergüenza de llamarme escritor. Ustedes y yo estamos escribiendo - al menos- una ínfima parte de la cultura argentina, apenas una didascalia en una obra de teatro enorme e imponente.
Pero estamos.
Y esta es mi manera de decirles gracias.

miércoles, 4 de enero de 2012

Culposo



Hay una suerte de sufijo en las figuras delictivas que quisiera traer a colación. Es considerado “Culposo” el delito cometido por negligencia u omisión. Ejemplo: estás limpiando el viejo Colt de papá, vos sabés que está cargado pero no tenés ganas de sacarle las balas. Entonces, lo estás limpiando y, sin querer, accionás el gatillo y le pegás un corchazo en la frente a tu abuela que estaba sentada en el sillón mirando una novela de Thalía. Homicidio culposo.
Ejemplo dos: Vos sabés que los frenos de tu auto no funcionan, sin embargo no vas al mecánico, más bien salís a pasear y, para más, pisás el acelerador como si en ello te fuera la vida. Mal. En una esquina te llevás puestos a dos testigos de Jehová que vuelan como con Angry Birds, con Biblias y todo.
Culposo. Vos sabías, pero omitiste.
Me interesa particularmente este matiz legal puesto que, como médico, es innegable que estaba al tanto de que el medicamento que mi mujer iba a ingerir tiene, en su composición química, Penicilina. Como tampoco me sería posible negar que tengo conocimiento de su condición de alérgica a la Penicilina. Menos aún, me sería creíble esgrimir la teoría de que no sé como contrarrestar los efectos que le estaban arrancando la vida, una vez hubo tomado la píldora. Es cierto, yo sabía como frenar ese puño invisible que le apretaba la garganta, impidiéndole respirar.
Sin embargo no me moví, no. Porque tenía también conocimiento de la existencia de ese fulanito que se estaba encamando con mi mujer. He encontrado recientemente algunos mensajes de texto en la Bandeja de Entrada de su celular que bien podrían ser condicionados para mayores de 40 años.
Aunque el tipo también le dice cosas lindas, hay que admitir que el míster tiene el don de la palabra. De hecho me recuerda las cosas que yo mismo le decía, mucho tiempo ha.  Quizás a ella también le recuerde a mí, y sea ese el motivo del romance. O quizás eso es lo que a mí me gustaría creer.
Como sea, las cosas que él le dice –las sexuales y no tanto- me hicieron recordar cómo era ella hace veinte años. La primera vez que la vi, jamás sospeche que sería capaz de dejarla morir entre mis brazos. Porque lo que me está pasando a mí no me sorprende: la primera vez que la vi, con aquellos labios tan finos, y su corte estilo Cleopatra supe que sería capaz de matar por ella.
Sí, de mi no me sorprende. Yo ya sabía.