lunes, 6 de febrero de 2012

Mademoiselle París


Mademoiselle París, como le gustaba hacerse llamar, estaba desalineada; tanto como una puta vieja puede estarlo: la tintura de color amarillo chillón no lograba su cometido por completo y las raíces negras se podían adivinar como un aura oscura cubriendo aquel cráneo quizás demasiado ovalado. El rouge era de un rosa infantil y, si su uso se hubiese limitado a los labios, hasta podía ser considerado elegante; de todas maneras dichos labios no ocultaban una sonrisa primorosa, las piezas dentales erosionadas por el café, el tabaco y el alcohol que lograba escamotear eran como teclas desvencijadas. Apenas un trozo de tela ocre perlado cubría el centenar de kilos del cuerpo de la mujer, unas pequeñas lentejuelas centelleaban al ser heridas por la luz, el conjunto parecía un árbol de navidad grotesco, de mal gusto.
El casino de Tigre, al borde del río, era un buen lugar donde perder el dinero. Buen servicio, luces, ruido, prostitución a todos los niveles; una metrópolis mierdosa y corrupta que ofrecía un amplio abanico de personajes despreciables. Por aquellos salones se paseaban criminales, adictos, pobres tipos que iban a regalar las pocas monedas que no destinaban al alcohol; también había gente común, claro, aunque eran la minoría.
El gordo Luciani no entraba en dicha minoría: era un tipo de mierda. Con un pasado tan oscuro como las bolsas que colgaban por debajo de sus ojos, el gordo acudía cada martes de manera incondicional al lúdico establecimiento ataviado con su mejor corbata una cinta marrón que apestaba a naftalina- la de la suerte solía croar, casi tan efectiva como una pata de conejo.
Aquella noche se sentía bien, rejuvenecido; minutos atrás había apurado unas empanadas de carne picante con un vino barato. Los demonios del alcohol lo invadían hasta el punto ideal, el mundo era perfecto. Para más, sentía que la suerte estaría de su lado aquella noche. Se veía a sí mismo volviendo a casa con los bolsillos llenos. Así, caminaba contento en un permanente balanceo, tarareando su tema preferido: una canción jinglera de los 70.
Y este planeta es una casualidad fisicoquímica que se nutre de pequeñas casualidades. Allí estaba Mademoiselle París que, a pesar del jaleo aturdidor del ambiente, logra captar la melodía que el obeso hombrecillo paladeaba entre dientes. Un espasmo nervioso recorrió a la mujer Es él se dijo es ese hijo de puta. Un viaje mental retrotrajo a la mujer a poco más de tres décadas, a aquellos días de tortura y vejaciones, de humillación e infinitas invasiones genitales; esos días de eterno arrepentimiento de su militancia política.
El gordo Luciani era apenas el cochero y amo de llaves de aquel sector de El Campito el centro de detención clandestina que era común denominador de las pesadillas de aquellos que lograron salir. Apenas el cochero, pero también el más hijo de puta.
La mujer comenzó a temblar, aquello no podía ser real. Se acercó lenta, prudentemente hasta tener la posibilidad de cerciorarse. El ambiente se alternaba. La mujer está en el casino y de pronto la escena cambia: ahora se encuentra acostada en un sótano frío, un joven gordo Luciani le bufa en la nuca, las gotas de sudor del tipo le caen sobre la cara y van a mezclarse con la sangre que gotea de su propia nariz.
- No llorés pendeja, si sé que te gusta- dice riéndose Shh callate la boca porque te cago a palos, pendeja de mierda- le susurra al oído.
Ella piensa en la forma más dolorosa de matarlo y entonces su cabeza vuelve al presente, al casino de Tigre, al vestido perlado y a sus cinco décadas de edad. Entonces observa bien al hombre. Definitivamente es él, más viejo pero se le hace fácil reconocerlo: cuando se tiene a alguien tantas veces adentro, resulta imposible sacarlo después.
Ahora la casualidad entraba en juego otra vez, la nueve milímetros del policía con quien la mujer se había encamado horas atrás, latía ruidosamente contenida en el pequeño bolso de cuero blanco. Teneme el fierro gordita- le había pedido el cana, uno de sus clientes habituales Paso a la noche por el casino y me lo llevo ¿dale? Pasa que estos muchachos que voy a ver no pueden saber que soy poli. ¿Entendés?- y ella entendía, claro que entendía.
La reina recién caída sobre el verde paño, le daba algo de setecientos pesos al gordo en apenas la cuarta mano que jugaba, evidentemente era su día de suerte. Además, una mujer vieja aunque cojible- pensó,  se había acercado mirándolo sin disimulo y ahora le deslizaba un impúdico dedo por la espalda. Sintió la uña deslizarse cuesta abajo por la espina dorsal, y luego el caño frío apoyarse sobre la calva nuca. Alguien gritó y, antes de que el gordo pudiese entender, Mademoiselle París, como le gustaba hacerse llamar, tiró del gatillo y se liberó de mucho, mucho más de lo que la mayoría de las personas puede entender.

12 comentarios:

  1. ¿Asì que yo voy a poder leer esto en papel? excelente.

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  2. Me encantó la estética del relato Andrés. El cambio de tiempos y el reflote del Casino de Tigre donde mi viejo iba a bailar.
    La liberación no siempre llega.....pero cuando llega de esa forma......libera en serio.

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    1. Habría que ver si, más adelante, el hecho de volarle los sesos a alguien no significó -también- una prisión

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  3. Eso es una liberación. Podría haberlo hecho a escondidas, pero bueno, a veces es necesaria la cosa pública. La gente.

    Muy bueno lo suyo.


    Un saludo.

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    1. En otras circunstancias hubiese sido como realizar la mejor versión de Hamlet, actuando a teatro vacío.

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  4. Y yo que creí que tenía insomnio... me puse a leer y al primer giro de la historia me desperté de golpe. Porque golpeó...

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  5. Imagino que fue como contar ovejitas pero con sangre violaciones y eso.

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  6. Excelente Andres!!! Tus cuentos son realmente hermosos. Lo que logras con las palabras hace que uno no pueda dejar de leer al principio y quede como embelesado hasta que siente el golpe y guauuu!! Realmente tenes mucho talento!!!

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  7. Inquietante. Estuve ahí por un instante. Gracias!

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  8. Si un texto representa imágenes debe ser porque las letras son muy buenas.

    Excelente cuento.

    Me encantó.

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