jueves, 4 de agosto de 2011

Venecia

De niño, cuando me hablaban de Venecia, jamás hubiese imaginado que Buenos Aires correría igual suerte. 
Ahora el botero recorre las calles de Barracas, que aún conservan parte de su encanto. Más allá esta la nada, una gran parte de San Telmo tuvo destino de Atlántida, su vieja infraestructura sucumbió a la erosión en pocos años. Se perdió para siempre en las aguas.
- ¿Aún toma mate? - me pregunta el botero.
- Que si tomo- le respondo.
Me conoce, quizás hasta leyó alguno de mis libros. Sabe de mi exilio español y hasta me perdona alguna sutil pincelada de gallego que a esta altura se me ha pegado. España me adoptó, me abrazó como abraza una madre. O como supongo yo, que una madre debe abrazar. El botero se llama Jesús y se gana el pan- como tantos otros- llevando gente a recorrer Buenos Aires en su bote. La nave es pequeña pero cómoda y exhibe, como acostumbran, un mascarón de proa con alguna temática autóctona. Jesús tiene una Mafalda.
El primer mate está demasiado caliente, me deja la lengua con esa sensación horrible que sé que va a durar hasta mañana. Quizás fui yo, que le perdí la costumbre. Mientras tanto el bote deja atrás lo que era Avenida Garay y dobla por la vieja Entre Ríos. Esta parte está casi intacta, el agua está unos cuantos metros por encima del asfalto así que todo parece más bajito pero la esencia se mantiene.
- ¿Conoce esta zona señor? -Jesús intenta retomar la charla.
- Vaya si la conozco- le digo- aquí he terminado la escuela, hombre.
Y es cierto, aunque no queda mucho del Colegio Estrada, me invade una melancolía venenosa. Me froto las manos, estas manos de hombre mayor donde comienzan a salir algunas manchas de vejez. El segundo mate me recuerda lo mejor de la infusión justo cuando llegamos al Congreso: enorme, imponente, la cúpula parece al alcance de la mano esta vez. Los personajes que ornamentan el edificio se han podrido y muestran un aspecto siniestro. Se me ocurren varios chistes políticos que decido reservarme.
Avanzamos, el silencio es roto únicamente por el sonido que hacen los remos con los que Jesús apuñala el agua, hace algunos años esta parte de la ciudad era un ruido permanente. Hoy ya no hay nada, sólo turistas. Por allí anda otra embarcación, adivino un Gardel en su proa. Digo adivino porque el tallado es pésimo y bien podría ser un Maradona con sombrero.
Llegamos por fin a Avenida Corrientes y yo empiezo a recordarte, Jesús se da cuenta y me da la espalda, me regala privacidad y aminora la marcha. Me conoce, sabe mi historia, ahora lo sé. Sabe de mi amor por vos, sabe de mi huida a España, sabe que fui a buscarte y que jamás te encontré, sabe que te perdí por idiota y, sobre todo, sabe que estamos a un par de remadas de llegar a ese café- Corrientes y Uruguay- donde empezó nuestra historia. No vale la pena recordar como terminó. Jesús se da vuelta y me alcanza un pañuelo, me aprieta el hombro como dándome fuerzas. Él sabe que trabaja gracias a mí. Sabe que fui yo quien cubrió la ciudad de agua, llorándote como un loco, ahogando con mis lágrimas el tango de la mítica Buenos Aires, derruyéndolo todo por completo.

4 comentarios:

  1. Como siempre, me atrapas y emocionas.


    Y me llenas de admiración.

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  2. puta madre, Andrés... qué increíble. hermoso.

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  3. Hola, llegué hasta aquí gracias a Juanhundred (creo que voy a tener que acercarle un presente por ello a ese granuja). Y gracias a usted por esta hermosura. Me devolvió una Buenos Aires soñada, me dio una terrible quemazón de papilas y me recordó mares de llanto. Un nudo acá...
    Saludos!

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  4. yo la dejé ir. Y Auckland está lejísimo de Ingeniero Maschwitz, compadre.

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